miércoles, 1 de febrero de 2012

Sueño entre lagañas

Sueño lagañoso uno

El escalofrió se apoderaba de mi piel, y como un resfriado, me hacia sentir en pedazos el cuerpo, además, un dolor que pesaba, hacia sentir mi cabeza como una globo lleno de agua, mientras un dolor en los ojos afloraba desde adentro, desde el lado oculto de la luna. Intermitentes, estos síntomas se hacían presentes en tiempos agolpados de pendientes y preocupaciones que después se volvían síntomas, como laceraciones en el cuerpo.


Advertí sensaciones extrañas, como gestaciones malignas desde el interior, tal vez como resultado de una situación o ambiente dañino. Abría que identificarlos para poder salirse de ahí.


Aspirinas y complejo B ayudaban, pero no disipaban el problema. Muy a mi pesar después de casi una semana de esta sensación patológica, me decidí, fui al doctor. Al principio, su diagnóstico no fue diferente al que yo hice, ni la receta a la que yo me había auto medicado. Como que no me enteraba, pero lo sabia, descubrí que el Doc, primero trato con medicamentos para hipocondriaco, en realidad no creía en mi enfermedad y yo, que tampoco estaba convencido, seguí sus indicaciones; trate de hacer ejercicio, pero estaba muy débil para comenzar con un plan de acondicionamiento, después de varios años sin hacer ejercicio, el complejo B por las mañanas, me hacia sentir bien, pero pronto pasaba el efecto y los dolores y la pesadez volvía a ganar la batalla, y para los dolores de ojo y la cabeza, el paracetamol fue insuficiente, a menos que lo combinara con alguna bebida cafeinica. No paso mucho tiempo, y me percate de a donde iba el Doc; y no, no estaba deprimido, así que regrese, esta vez mas enfermo, dispuesto a causar lastima, con tal de lograr que creyeran mis síntomas, abría que dramatizar, dejar de lado el macho que soy o desearía ser.


Ahora el camino hacia la cura fue muy largo, penoso. Esperando en la antesala del hospital de asalariados del gobierno, lo confieso, ya no me fue difícil acumular experiencias actorales para montar la escena al Doc a la hora de entrar. No estoy seguro cuanto tiempo estuve esperando, este era un lugar sin tiempo, donde el aire viciado dañaba; la gente afligida por sus penas, parecían prepararse para una buena confesión con el pastor de la bata blanca, olores invadían el ambiente y uno deseaba tener parpados en los agujeros de la nariz para cerrarlos y no oler, los niños incontenibles, jugaban por todo el pasillo repleto de personas esperando, se acercaban, te miraban queriendo adivinar tus pecados, y entre aquella selva repleta de peligro, oír tu nombre desde la puerta entre abierta del consultorio, era la única salvación.


Por fin, casi un mes después de la primera visita, el Doc descubrió que el primer diagnostico había sido precipitado, un análisis de sangre develo deficiencias en mi hígado, tenía hepatitis, ahora lo veía todo como a través de un cristal amarrillo, somatizaba; la receta fue reposo, mucho reposo.


El reposo, significo para mí, faltar por varios días al trabajo y a la escuela. La primera semana, resulto ser agradable, con la acepción de las molestias propias del padecimiento. El tiempo pasaba muy rápido; entre cuidados de mi madre y películas viejas de la época de oro del cine mexicano, lecturas de la revista selecciones y algunos capítulos recomendados por mi madre del libro de Ema Godoy, autora a la que ella profesaba cierta devoción, siempre tuve que hacer.


Para la segunda semana, la situación dejo de ser novedad, y los pasatiempos que antes me resultaban efectivos, ahora comenzaban a ser insulsos y sosos. Mi salud no estaba ni por poco a restablecerse, y según el doctor, por lo menos restaban dos semanas más. Ya no me bastaban las películas, revistas y libros que mi madre proveía. Al ser espectador de la vida, extrañe ser parte de ella. Mis intentos por hacer una leve caminata por el cuarto eran rápidamente sofocados por mi madre, que al parecer espiaba cada uno de mis movimientos. Yo era su huésped, tenia que respetar sus reglas, si no quería que los buenos tratos se volvieran reproches.


En el largo tiempo que permanecía solo, miraba hacia mí alrededor, a todos los rincones del cuarto queriendo encontrar una distracción, pero era en vano. La araña patona que yacía impávida en el rincón del techo, como si se meciera en su telar paciente, a la espera de alguna víctima, ya estaba muy vista, y además, si alguna vez se movía, se aseguraba de que yo no lo notara, siempre estaba igual.


Mi cuarto de paredes blancas, parecía cada vez mas reducido, estaba aislado físicamente del resto, eran pocos sonidos que se podían percibir, pues mi cuarto ubicado, al fondo de un pasillo largo que conducía al patio de tiliches y luego a la cocina, sólo dejaba oír el sonido de la licuadora triturando algunas verduras o vegetales para la salsa que acompañaría la comida del día. A veces, mi garganta se podía desgarrar por el esfuerzo, pero mi madre no oía mis lamentos ¿qué pasaría en una emergencia? moriría y nadie se daría cuenta hasta después de varias horas. Mi mente empezaba, a maquilar razones sin razón e ideas idas, que tan mal me hacían sentir, que prefería ver el programa de Laura en México, pero esto no me hizo sentir mejoría, sólo cambio el malestar, mejor apague el televisor y seguí revisando con la mirada. Por fin, después de varios recorridos visuales, infructuosos, ¡Eureka! descubrí la ventana ¡era increíble! y una idea cruzó por mi mente. Recorrería la cama cerca de la venta, con cuidado de no hacer ruido (no quería que mi madre se preocupara), de esa forma, al estar sentado en la cabecera, podría observar hacia la calle.


Los movimientos fueron rápidos y en intervalos ordenados, seguí el ritmo de la licuadora con la intensión de confundir el sonido de arrastre. Termine mareado por el esfuerzo, permanecí desplomado en la cama y mi cuerpo tardo media hora en restablecerse, después ya estaba hecho, podía mirar a la calle desde mi cabecera.


Este nuevo pasatiempo era refrescante, veía pasar a la gente desde un segundo piso, la mayoría con la urgencia a cuestas, apresurando el paso. Iban o regresaban del trabajo, la escuela, tenían que hacer algún pago o comprar un ingrediente que les hacia falta para la comida. Nadie se detenía, eso me hacía sentir más frustración a cerca de mi estado actual. Con la vida corriendo tan deprisa y yo, aquí estático, era una grosería. Preferí voltear hacia otro lado, entonces la mirada se detuvo en la rama del árbol que crecía en la esquina de la cuadra, un hermoso ciprés, joven, pomposo y resplandeciente. En aquella rama que asomaba por la ventana, reposaba un nido que soportaba a cinco huevecillos. Los mire por un tiempo, y cuando pasaba por mi mente cuestionar el paradero de la madre desnaturalizada, revoloteando arribo una conguita, en el pico cargaba una especie de pajita, la acomodo en el nido con gran habilidad, retomo el vuelo y desapareció de mi vista ¡Que impresión! este animalito también trabajaba sin parar.


Esta imagen me haría empeñarme en vigilar el nido, estar presente cuando los pajaritos rompieran el cascaron. Sería testigo de una de las manifestaciones más maravillosas de la naturaleza. No todo mundo tenía esa oportunidad, y por otro lado, no tenía otra cosa por hacer.


En las últimas horas, que después, se volvieron días, mi atención era, toda, para estos pequeñitos, que encapsulados, esperaban. Algunas veces, pude notar el suave movimiento de uno de los huevecillos, pensaba que en su interior, un espasmo, como relámpago, hacía que el cuerpo del pajarito se estirará.


Conseguí además, distinguirlos por el cascaron. Pintos y con betas, como las de la corteza de árbol, cada uno tenía su particular, como huella dactilar; el pinto, dos rayas, negro, güero y el grande. Mi reciente obsesión, agudizaba la percepción de mis sentidos, a veces, en mi afán por no perder un sólo detalle, corría en el último minuto al baño para que no me ganara la necesidad corporal.


Un cierto día, después de mucha espera y contemplación, el “dos rayas” picoteo el casaron, y en poco tiempo el pico asomó. Cuando por fin pudo salir, en un movimiento torpe, apresurando su primer paso, cayo en el nido, revoloteo como un impulso para despabilarse. El grande repitió la hazaña, los demás le siguieron, y pronto todos, ya estaban piando por su madre.


La madre, no terminaba de dar viajes en busca de comida, hambrientos, los pajarito no dejan de piar.


El tiempo paso rápido, la madre, cada día, estaba mas tiempo lejos del nido, y los pajaritos, inquietos, buscaban nuevas experiencias, se encimaban y revoloteaban, en una especie de juego, pero sin salir del nido.


El árbol, testigo de su nacimiento, los observaba y los quería, cuidaba y acogía entre sus ramas, pasaba más tiempo con ellos que su madre. Él no les podía enseñar a volar, pero si podía platicarles sus experiencias, porque en sus ramas muchos pájaros habían emprendido el primer vuelo, también les podía aconsejar sobre cualquier inquietud de la vida, era un árbol sabio; observaba y estudiaba las leyes de la naturaleza.


Todos los días, la conguita salía muy temprano por la mañana, y no regresaba con la comida, hasta que el sol se ponía. Los pajaritos estaban al cuidado del árbol, Cipriano.


Cada pajarito tenía su personalidad: El pinto, era muy curioso, y le preguntaba a Cipriano por los pajaritos que habitaban ahí antes que ellos, Cipriano contestaba: Ninguno fue igual a otro, y ahora ustedes son lo único que puedo recordar. El güero, tenia prisa por extender las alas y volar, Cipriano, siempre lo detenía y le decía: Primero encuentra una razón mi querido pajarito, sino, ese aleteo no tendrá sentido. El dos rayas y el negro, peguntaban sobre su origen, cómo habían sido concebidos, Cipriano, decía: No se preocupen, lo van a entender, por ahora, confórmense con saber que son una maravilla de la naturaleza. A el grande, Cipriano le preguntaba ¿Tienes alguna pregunta? Y él, respondía, no, yo soy muy feliz, prefiero seguir durmiendo, se que de nada me tengo que preocupar. Cada una de las inquietudes de los pajaritos, era el camino individual que ellos tenían que recorres como preparación al día de su primer vuelo, Cipriano lo sabía.


Cipriano, enseño a los pajaritos a comunicarse con él, ningún tema era prohibido, él era muy discreto, y siempre se preparaba para poder ayudar a cada uno a resolver sus problemas. El rostro de Cipriano formado por la grietas y protuberancias de la corteza, era el de un viejo, con arrugas como las que deja la erosión del sol en el rostro de un campesino, con talón de polvorón y guarache radial, suela de llanta, además, se podía distinguir de entre la misma corteza, su barba, y un bigote por el cual se filtraba el humo del cigarro que el mismo se hacia con hojas secas de sus ramas, fumaba en otoño, cuando en el suelo había tirado suficiente material. En general, su finta inspiraba confianza, las marcas de quemaduras en su tronco, los grabados con mensajes de amor o vandalismo y el mosaico de chicles pegados de todos colore, hablaban de su experiencia y las raíces gruesa, levantadas por arriba del suelo y el territorio conquistado por ellas al rededor, eran signo de ideas bien plantadas.


Fueron creciendo los pajaritos, y llego el momento, cada uno tenía preguntas muy importantes, trascendentales, y sólo las discutían con Cipriano, así que para poder mantener la discreción, los pajaritos se mudaron; cada uno, en una rama diferente, de esa forma lo que platicaban con Cipriano, nadie mas lo podía oír. Cipriano, se esforzaba por responder las preguntas, que cada vez eran mas complejas, era una situación muy cansada, a cada uno le dedicaba tiempo, pero lo hacía porque le consolaba saber que con los consejos que les daba, no tendrían errores a la hora de emprender el vuelo.


La conguita, ahora tardaba más buscando el alimento para los pajaritos, porque al estar en nidos diferentes, no compartían, cada uno tenía sus necesidades de alimentación. Un día, salió temprano a buscar el alimento de sus hijos y cuando desapareció en el horizonte, dos rayas, como si esperará el momento, sin avisar, se lanzo al vacío. Cipriano, al ver tal imprudencia, le grito preocupado y con todas sus fuerzas: ¡Te vas a golpear! Mientras, en un intento desesperado por detener la caída, movió sus ramas con un esfuerzo que le dolía, las orientaba lacia el camino que recorría el pajarito hacia abajo con la esperanza de detenerlo, pero siempre llego tarde, y el pajarito seguía cayendo. Dos rayas, inmediatamente después de oír a Cipriano, dejo de hacer el intento por volar, su destino estaba marcado, iba a caer, y cayó. Cipriano, no pudo hacer nada por evitarlo, Dos rayas, se lastimo y se quedo quieto al pie de las raíces del árbol.


Los pajaritos, sus hermanos, despertaron cuando oyeron gritar a Cipriano, estaban muy asustados, no por dos rayas, sino por Cipriano, estaba inconsolable, como nunca lo habían visto. Decía que lo habían decepcionado, todos sus esfuerzos, por aconsejar y hablar con ellos sin restricciones, habían sido en vano, dos rayas se había lanzado y ahora estaba fuera del nido, no podría regresar, el no lo podía recoger.


Dos rayas, al cabo de unos minutos, dio señales de vida, se movió e intento aletear, al principio no pudo, pero después de varios intentos, sus aleteos le ayudaron a deslizarse, no podía volar, pero se alejaba cada vez más del árbol. Al final, entre la maleza, se perdió.


Ni los pajaritos y ni Cipriano, lo volvieron a ver, ¿Habría logro volar, o habría sido presa de algún depredador? No lo podían saber.


En los días siguientes, los pajaritos que seguían con Cipriano, se preguntaron; por qué no habían podido anticipar la acción de dos rayas, por qué a nadie se lo comento.
Cuando la conguita regreso, no hizo comentario alguno, salió temprano al día siguiente a hacer lo que debía. Cipriano, por su parte, decepcionado por el reciente evento, retiro la comunicación con los pajaritos. De su rostro una mascara cayo, lo revelaba, siempre espero de los pajaritos a cambio del tiempo y atenciones brindados: Perfección, obediencia y total transparencia, ideales difíciles de alcanzar.


Todo había cambiado, y los pajaritos uno a uno lo fueron resintiendo. El eje central de esa peculiar familia, formada por los pajaritos y el árbol, había flaqueado, desfallecido, nada los sujetaba, no sabían platicar con nadie mas de sus inquietudes, entre ellos nunca hubo comunicación, todo se desintegro, y el rostro de Cipriano se tornaba seco y estirado hasta el suelo, mientras sus ramas se colgaban.


No paso mucho tiempo, el güero, repitió la formula de Dos rayas, pero esta vez, nadie lo noto, a nadie le importo. Quedaron tres, y entre ellos y el árbol reinaba sólo la indiferencia. Poco a poco, la situación empujo a todos a dejar sus nidos, sin despedirse, al parecer no había nada que los pudiera sujetar, literal y figuradamente.


Un día, cuando el sol se ponía, al regresar la conguita, se sorprendió, los nidos estaban vacíos, ningún pajarito volaba por las cercanías, y el árbol se secaba; la conguita tampoco se quedo, dejo caer la comida del pico, y en un alo de melancolía, lentamente se alejo. Todo había acabado, no había nada más que ver.


Entre tanto, pasaron dos semanas y yo, haciendo reflexión, miraba al árbol caído y no podría decirlo; si soñaba despierto o vivía dormido.


Recuperé mi salud, el Doctor me dio de alta y regrese a trabajar y a estudiar. Poco tiempo para recordar, y al trajín del diario, un par de semanas pasaron y había detalles de aquella historia que no podía recordar.






El ánima en poema….


Agradezco a: Marcela, Gina, Carlos y Lupita por sus recomendaciones y sugerencias para la realización de este cuento.

2 comentarios:

  1. Una metáfora, me gusta, no creo que sea momento de hacer comentarios a un relato que ya ha tenido tantos. Chido por compartir.

    Mira también comparto...

    literalmentekorima.blogspot.com

    el blog que donde subo algo de lo que escribo.

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